Transformar nuestro mundo es el nombre de la resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015 que contiene la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Esta Agenda estará rigiendo buena parte de las actividades para el bienestar de las personas y el cuidado del planeta hasta el año 2030. Es un marco conceptual de referencia para las políticas públicas de los países incidiendo especialmente en el diseño de los programas sociales y en su financiamiento. Podemos decir también que es el mayor consenso que la humanidad ha alcanzado hasta el momento y de una u otra manera está influyendo en las maneras de concebir y organizar “el cuidado de la casa común” como dice Francisco en su carta Laudato Si.
Aunque el documento de las Naciones Unidas no lo indique expresamente es de suponer que asume la definición clásica de desarrollo sostenible o sustentable (aceptemos aquí que son sinónimos) entendida como la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras. Así fue como lo expresó en 1987 la primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland que presidía la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Dicha definición a su vez fue asumida y ampliamente difundida a partir de la Cumbre sobre la Tierra, organizada por las Naciones Unidas en Río de Janeiro en 1992.
La nueva Agenda no hay que considerarla en forma aislada. Se inspira principalmente en los compromisos enunciados en Carta de las Naciones Unidas (1945), Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), Declaración sobre el Derecho al Desarrollo (1986), Declaración de Río sobre el Medio Ambiente (1992), Plataforma de Acción de Beijing sobre la Mujer (1995).
Un antecedente inmediato de la Agenda 2030 fue la Declaración del Milenio del año 2000 que incluía a su vez los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que se proponían: erradicar la pobreza, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los sexos, reducir la mortalidad de los niños menores de cinco años, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una alianza mundial para el desarrollo
Los ODM tuvieron la virtud de alcanzar un acuerdo mundial que considera al desarrollo como un derecho, centrando su atención sobre los grupos tradicionalmente marginados como las minorías étnicas, los pueblos indígenas y las mujeres. Para 2015 se cumplió el primer objetivo –aunque no exento de polémicas– reduciendo las tasas mundiales de pobreza extrema y hambre a la mitad. Sin embargo, el alcance de los otros logros fue desigual.
La Agenda 2030 se basa en los ODM y pretende completar lo que estos no lograron. La Agenda es un plan de acción que comprende 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y entraron en vigor el 1 de enero de 2016.
Para abordar los ODS con eficacia, se adoptó un nuevo enfoque que les otorga un carácter universal, integrado e indivisible, y se conjugan tres dimensiones: económica, social y ambiental. O sea, para cada ODS se indican las metas relativas a los medios de implementación. ¡¡¡ Las metas a alcanzar en 2030 suman 169 y los indicadores 230 ¡¡¡
Se entra así en un nivel de tecnicismos y complejidad que no corresponde abordar ahora. No obstante es de valorar positivamente que mediante esas metas e indicadores se definan los medios de implementación y los ODS no queden en meros enunciados. Puede ser un estímulo efectivo para que los países desarrollen sus propios indicadores conforme a su situación socio-económico y cuadro normativo para poner en práctica políticas de erradicación de la pobreza y promoción del desarrollo sostenible.
Asimismo, se propone una Alianza Mundial (Objetivo 17) para la implementación de esta nueva Agenda, aglutinando a los gobiernos, la sociedad civil, el sector privado, el sistema de las Naciones Unidas y otras instancias, y movilizando todos los recursos disponibles.
Para ello –dice el texto de las Naciones Unidas– los países deben contar con el respaldo de un entorno económico internacional propicio que incluya sistemas comerciales, monetarios y financieros coherentes; la disponibilidad de conocimientos y tecnologías adecuados en el plano mundial, así como la creación de capacidad propia en cada país.
Los informes nacionales permitirán evaluar los progresos y los problemas en los planos regional y mundial, y servirán para formular recomendaciones para el seguimiento en diversos niveles.
Ante acuerdos y declaraciones del tipo de la Agenda 2030, suelen darse reacciones que llamaremos “ONU-pesimistas”. Son las pertenecientes a aquellos que consideran como ineficaz e irrelevante al sistema de las Naciones Unidas al igual que otros organismos semejantes, basados en una especie de hiper-hipocresía superinstitucional que esconde una injusta asimetría internacional incapaz de superar conflictos y alcanzar soluciones sobre todo en el plano económico-social.
Entienden también a dichos organismos como un ejambre de costosos funcionarios imbuidos de una mentalidad tecnocrática que se retroalimentan a sí mismos en un laberinto institucional y en una fraseología que parece alejarlos de los intereses de los países miembros y de la vida cotidiana de la gente.
En forma, semejante esta reacción se da respecto a los procesos de integración regional, por ejemplo, en la Unión Europea no faltan los euroescépticos, y hasta los que se proponen salir de ella como el caso de Inglaterra con su famoso “Brexit”. Posiciones similares se dan en torno al MERCOSUR y UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) y otras iniciativas por el estilo, que ciertamente tanto cuesta consolidar.
Hay que tener en cuenta estas observaciones. De todos modos, hay que reconocer que los ODS pese a todo expresan un consenso de la comunidad internacional que no hay que despreciar pues van creando un marco común que va luego permeando en las políticas nacionales y en otros actores.
Para la perspectiva de la Economía Humana se abre una oportunidad de participación y también de aportar al enriquecimiento y mejor ejecución de los ODS. La Economía Humana desde sus orígenes ha manifestado precursoramente una concepción “integral y armónica” del desarrollo que hoy vuelve a tener gran vigencia ante los que vuelven a poner en el mero crecimiento económico la única variable valiosa sin tener en cuenta los efectos sociales y ambientales. Caso paradigmático de ésta visión en estos días ha sido la crisis desatada en Chile y otros países de la región, donde al aparecer vuelve a comprobarse el conocido dicho popular: país rico, pueblo pobre.
Respecto a los ODS, y a las otras propuestas que circulan sobre los modelos de desarrollo –sin entrar ahora en la discusión sobre la conveniencia de esta expresión– la Economía Humana tiene también la oportunidad de ofrecer otros de los componentes que hacen a su identidad y experiencia: partir de las necesidades de la gente –no de programas predeterminados– y sirviendo a ellas desde una mirada interdisciplinaria buscando como “pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”.
Eloy Mealla
Buenos Aires, octubre 2019
eloymealla@gmail.com
https://educacioneticaydesarrollo.wordpress.com/